Etnoveterinaria en Guatemala: Cómo un anciano mam y su apazote humillaron a una doctora gringa

11.05.2017

Por Anna Isern Sabria

anna.isern.sabria©gmail.com

Hace 25 años, después de licenciarme como Doctora en Veterinaria en la Universidad de Barcelona, mi sueño era terminar envejeciendo como veterinaria rural en cualquier pueblito cerca de donde nació mi familia en los alrededores de Girona (Catalunya).

Sin embargo, cuando la organización Veterinarios Sin Fronteras me ofreció ir a trabajar por unos meses a Guatemala, en un proyecto de desarrollo de la seguridad alimentaria* con pequeñas familias campesinas de escasos recursos, mis ganas de aventura me animaron a atrasar por unos meses mis sueños.

Todas las imágenes bellas de Guatemala que había encontrado por Internet (Antigua, Tikal, Livingstone,...) no me prepararon para "aterrizar" en Todos Santos Cuchumatán en Huehuetenango, en una de las partes más altas y frías del Altiplano. Donde las pequeñas familias campesinas sobrevivían en esa época solamente con la producción de papa y sus rebaños de ovejas. Ni siquiera el maíz, tan típico de la alimentación maya sobrevivía a esas altitudes.

Mi proyecto, que traía escrito en un montón de hojas de papel, decía que era importante para mejorar la seguridad alimentaria de esas familias, mejorar la producción animal de ovejas de la región. Para ello, un grupo de "expertos" había previsto traer de Estados Unidos unos enormes machos de ovejas de una raza super-productiva norteamericana: Eran tres veces más grandes que las pequeñas ovejas criollas que sobrevivían en esos momentos en las comunidades y por tanto daban tres veces más carne para comer y tres veces más lana para tejer los hermosos sacos de lana que llevaban los todosanteros en esa época.

Mi trabajo consistiría en enseñarles a cuidar bien esas ovejas para que no hubiera problemas a su llegada: una buena alimentación, buenas instalaciones, campañas de vacunación, etc.

Oveja criolla. Fuente de imagen: Anna Isern


Mi primer taller de formación a un grupo de pastores de ovejas de una comunidad de Todos Santos llamada Tzichim era sobre la castración. Había que castrar a los machos criollos para que solo los machos "extranjeros" dejaran cargadas a las pequeñas hembras criollas y así empezaran a nacer mejores animales. Recuerdo bien que llegué a la comunidad con una gran caja plástica repleta de medicamentos (cicatrizantes, antibióticos, etc.), instrumentos de cirugía perfectamente esterilizados (bisturí, hilo de sutura, etc.) y libros sobre las mejores técnicas de castración que había aprendido en la Universidad.

Empecé a explicar la forma correcta de castrar a un grupo de 30 pastores de ovejas, que miraban asombrados como salían cosas maravillosas de mi caja, cuando me di cuenta que un anciano mam que estaba sentado hasta atrás del grupo murmuraba y movía la cabeza negativamente a los hombres a su alrededor. Me preocupé por solo unos minutos, ya que me habían avisado de que algunas personas de las comunidades eran reticentes a los cambios y al "desarrollo".

La segunda comunidad donde debía realizar, otro día, el segundo taller era Buena Vista. Y para mi sorpresa, el mismo anciano estaba sentado hasta atrás murmurando y moviendo la cabeza negativamente. Esta vez me preocupé un poco más, ya que me di cuenta que los hombres que había a su alrededor lo escuchaban con mucho respeto y atención y asentían con la cabeza a todo lo que él decía.

Cuando, al tercer día del taller, en la comunidad de Tuicoy, el mismo anciano apareció nuevamente, ya sí me enfadé realmente. ¡Como se atrevía a "sabotear" mis talleres con sus comentarios! Así que interrumpí la formación y pregunté qué ocurría.

Los hombres participantes me contaron que ese anciano era una de las personas que más sabían de animales en la región y que cuando tenían algún problema con sus ovejas lo avisaban para que les ayudara. Ahí aprendí que en las comunidades mayas del Altiplano de Todos Santos, no había doctores, ni ginecólogos, ni veterinarios pero había personas que de generación en generación habían aprendido de sus abuelos como curar enfermedades de personas, mujeres embarazadas y animales con los recursos que tenían a su alrededor. Se les llamaba terapeutas tradicionales en los libros.

Los ancianos tienen mucho que enseñarnos. Fuente de imagen: Anna Isern

Así que al parecer ese anciano era el veterinario tradicional mam de la región. Seguí sin preocuparme mucho, ya que por lo que me contaron ese anciano era "analfabeto" (nunca había ido a la escuela) por tanto no podía compararse su conocimiento con el que yo había aprendido en la Universidad. Pero como empezaba a haber una fuerte discusión en el grupo sobre los conocimientos del anciano en comparación a los míos, decidí cortar el problema de raíz. Acordamos que en el próximo taller de castración, en lugar de uno traeríamos dos machos para castrar. Uno lo castraría el anciano a su "modo" y el otro yo (con mi maravillosa caja plástica llena de medicinas y materiales muy costosos). Y a la semana veríamos cuál de los dos animales estaba en mejores condiciones (si no es que alguno había muerto). ¡No tenía ninguna duda, en ese momento, de cuál se iba a morir!

El día del taller, cientos de pastores de ovejas de todas las comunidades de alrededor se habían reunido alrededor de los dos animales para ver la gran competición entre el anciano mam y la doctora "gringa". ¡Conocimiento tradicional contra conocimiento moderno!

Para mi sorpresa, el anciano apareció con las manos en el bolsillo. ¡No traía absolutamente nada! ¡Ya se asustó pensé! Pero cuando le pregunté me dijo que traía todo lo que necesitaba. Y sacó de su bolsillo del pantalón una pequeña bolsa de plástico llena de un polvo verde. ¡Por todo instrumento de cirugía pidió el cuchillo de la cocina! Esto está ganado pensé.

Después de castrar (es decir, sacar los testículos del macho) yo lo inyecté con todas las medicinas modernas que tenía para prevenir infecciones mientras el viejito llenaba la herida del polvo verde que traía en su bolsa. Y acordamos regresar a la semana.

A la semana siguiente, nuevamente cientos de personas se habían reunido en la comunidad para ver cómo estaban los animales. Apareció el dueño de los dos machos con uno en cada mano amarrados con un lazo. Ambos estaban aún vivos. Uno venía saltando alegremente, el otro venía caminando despacio aún adolorido.

¡Cuando vimos las heridas de cerca no lo podía creer! El macho que yo había castrado estaba bien pero tenía aún la herida inflamada, enrojecida, con algunas pequeñas gotas de sangre seca a su alrededor y algunas moscas. ¡El macho de oveja que había castrado el anciano estaba perfecto! Ni inflamación, ni enrojecimiento, ni moscas, ni siquiera se miraba la herida... Cuando le pregunté al anciano que era ese polvo verde milagroso, me contestó que simplemente era apazote, una planta muy común en la zona que crece de forma silvestre y que no le cuesta ni un centavo recoger cuando va camino de alguna castración.

Anciano aplicando apazote. Fuente de Imagen: Anna Isern


¡Ese día cambió mi vida! Ese día decidí que ese conocimiento que tenía el anciano y seguramente muchos otros ancianos y ancianas en el país, no se podía perder, que era muy valioso, y que no podía ser que no se encontrara escrito en ningún libro de veterinaria y no se enseñara en las universidades (ni siquiera en las universidades guatemaltecas).

25 años después no me arrepiento de mi decisión. He conocido otros veterinarios como yo alrededor del mundo que se dedican a investigar y promover otra forma de producción animal que la que nos enseñan en las universidades "modernas". Una forma mucho más amigable con el medio ambiente (porque solo se utilizan recursos naturales que hay alrededor de las comunidades), una forma mucho más saludable (porque no utiliza químicos que después llegan a nuestro estomago cuando comemos la carne, la leche o los huevos), mucho más económica (porque son recursos que cuestan poco dinero), una forma mucho más respetuosa con la cultura y los conocimientos ancestrales (porque no se ríe de las "costumbres" y las valora), una forma que produce alimentos de calidad (porque el sabor de un huevo o una gallina criolla no puede compararse con el sabor de un huevo o la carne producida industrialmente). A todo este conocimiento le llaman etnoveterenaria.

Con los años, y con la ayuda de muchos agrónomos y veterinarios guatemaltecos, hemos logrado finalmente recopilar buena parte de ese conocimiento en los Manuales de Formación en Etnoveterinaria. Son cuatro manuales que enseñan que hay otras formas de criar y producir animales. Desde la alimentación con concentrados naturales hechos con semillas y hierbas de la propia comunidad hasta la medicina hecha con plantas que se encuentran comúnmente en la región. Sin olvidar las razas nativas locales y autóctonas que hay que conservar y proteger porque por cientos de años se han adaptado a las condiciones de clima, ecosistema y alimentación de estas comunidades y que en estas condiciones son mucho más productivas que cualquier raza "extranjera" o producida en un laboratorio. Son ya cientos y cientos de campesinos y campesinas que han aprendido con estos manuales que hay otras formas de producir alimentos de origen animal.

Por cierto, no les conté que esos grandes machos que trajimos de los Estados Unidos nunca se adaptaron al clima, a la altitud, a la vegetación, ....estaban acostumbrados a vivir en granjas de cemento con música a su alrededor.....mientras que las ovejas criollas ahí siguen rebíen.

No está todo hecho, falta mucho aún por investigar, escribir y difundir. La veterinaria tradicional mam no es la misma que la q'eqchí, la kiché, la kaqchiquel,....aún hay mucho conocimiento que está en riesgo de desaparecer, seguimos trabajando. Pero por suerte cada vez somos más personas convencidas que este es el camino correcto, que los alimentos industrializados y las grandes granjas industriales no son lo mejor para nuestra alimentación, nuestra salud y el medio ambiente.


* Los proyectos de Seguridad Alimentaria y Nutricional buscan garantizar el derecho de la población a tener en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades nutricionales, de acuerdo a sus valores culturales y con equidad de género, a fin de llevar una vida activa y sana que contribuya al desarrollo humano sostenible de Guatemala (Ley de Seguridad alimentaria y Nutricional, 6 Abril de 2005)

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